viernes, 19 de marzo de 2010

SI EL PATIO DE CASA TUVO SU EDITORIAL, HOY LE TOCA A LA PUERTA

¡Hola, chicos!
Acabamos de pasar el día 18 de marzo.
Yyyyy..? os preguntaréis vosotros.
Pues bien, que eso quiere decir ¡que llevo ya nueve meses en casita! O sea, que si esto fuera un embarazo, ya habríamos salido de cuentas, peeeero, como a Dios gracias no lo es, ¡podemos seguir contando!
Y qué contamos..? Pues que las cosas van poquito a poco retomando su nuevo orden. Unas con más facilidad que otras, como no podía ser de otro modo. A mamuchi, por ejemplo, aún le cuesta mucho llegar a casa y, en el momento de ir a poner la llave en la cerradura, constatar que la cieguita ya no está en el poyete de la puerta (solía salir al patio y luego no sabía volver a entrar, la pobrecilla, así que se quedaba ahí siempre, esperándola a ella). Sin embargo, la abstracción a mamuchi le dura poco porque en cuanto yo me percato que está ella ahí intentando entrar, procuro inmediatamente aportar mi granito de arena para ayudarla a abrir. ¿Qué como..? Pues lanzándome sobre la puerta mientras los bigotudos hacen unos coros de acompañamiento. Esos chicos están ya muy majos. Se nos están criando muy bien. Cada uno tiene su gatonalidad, eso sí. Uno de ellos, Fernández 1º (el sin rabillo) es el buenorro, el anchote, el tranquilón. No hace nada. Por no hacer, es que ni maúlla como se supone que lo haría un gato decente. Él no. No dice ni “miau”, sólo suelta un ruidito que viene a sonar como “meh” (así, emitido con vocecilla aflautada) y va siempre flotando por ahí, el muy cachazas. Yo, la verdad, prefiero al flacucho esmirriao con rabo. Ese es un buen gamberro, como yo. Con él tengo un rollo estupendo aunque a veces a la jefa le recordemos aquella escena de la peli “Madagascar” en la que el león juega a perseguir a su amiga cebra sin poder evitar que le vengan ciertos pensamientos poco edificantes a la melena… Je,je, cuando llegamos a ese punto, agarro a Fernández 2º por el pescuezo y lo zarandeo un poquillo… vaaale, a veces es un “muchillo”, pero nos mola, hasta que el tío empieza a chillar (encima que siempre es él el que me provoca!) y ahí viene cuando mamuchi me llama al orden. Entonces, el muy acusica y yo nos quedamos los dos quietitos y yo pongo cara de ir a ponerme a silbar en cualquier momento la tonadilla de “El Bueno, El Feo y El Malo”.
La otra noche, a la hora de pasar lista para ir a dormir, él no estuvo presente. No hubo manera de encontrarlo, así que nos fuimos todos al sobre confiando en que ya saldría a la mañana siguiente. Y bueno, pues la verdad es que no sabría deciros si llegó realmente a primera hora de esa mañana… o a última de la noche anterior. Era antes de las 6’00 AM, eso sí, y estaba mamuchi soñando que salía con un apuesto joven, todo dulzura, afecto, generosidad, ternura, inteligencia y comprensión (o sea, que no hay duda de que realmente estaba soñando, vaya!) y yo allí, a su lado, perdido también en mis ensoñaciones (creo que tenían relación con un plato de salchichas que NO eran de tofu…) cuando, de repente, oímos un tremendo estruendo en la puerta. Esta tiene en la parte superior una ventanita de cristal con su cortinilla y unas rejas. A mamuchi le encanta y a mí también (sobre todo cuando está abierta) El caso es que el minino-bandarra había llegado, con prisa por lo visto, de vete tú a saber donde y el tío, en vez de esperar pacientemente a que se abriera oficialmente el cuartel general, pues prefirió lanzarse a la rejita en cuestión y, desde allí, se lanzó a soltar tales marramiaus (que este sí que los pronuncia bien) y pegarle tales meneos a la dichosa puerta que consiguió que todas nuestras ensoñaciones se dispersaran con más facilidad que el contenido del sobre de una nómina de 400 euros (que, como bien sabéis por aquí, haberlas, haylas;) Mamuchi y yo acudimos más deprisa que si nos hubieran invitado, a ella, a una merendola con Hugh Laurie y a mí, a una excursión por unos cenagales, sin correa ni leches (que diría la Esteban) y el otro entró más ancho que un ocho, se fue derecho a la cocina a tomarse el desayuno (o el resopón) se hizo sus abluciones y luego se enroscó a dormir con su hermano el gordo que, por supuesto, ni había movido un bigote, mientras mamuchi se iba imaginando la cantidad de posibilidades que hubiera podido escoger antes que la de quedarse en casa el día en que a él le dio por aparecer en ella.
Ya no se pudo volver a dormir, claro, y a mí me tocó luego, como siempre, aguantarla a ella. A ella, con su insomnio… y a los otros, ¡con sus impertinencias!
¡Aiiins, Señor, Señor…DAME PACIENCIA!
Y es que, la verdad, vosotros no sabéis lo que es eso. No, no podéis saberlo...