jueves, 15 de abril de 2010

AVATARES DIARIOS QUE NO TIENEN NADA QUE VER CON LA PELI AUNQUE PODRÍAMOS HACER OTRA CON ELLOS.

Una caja entera de tizas he gastado. Y tengo agujetas en los sobaquillos.
Ahí queda eso por si alguien quiere emprender alguna acción contra una que yo me sé. Que no es solamente esto, ¿eh? ¡Que ya tengo todo un pliego de cargos! Cositas como que le pongan a uno en cierto lado de la cama y luego, cuando ella va a acostarse, lo cambien para el otro lado (el que está congelado aún) como si servidor fuera el “Oso Calentoso” de Ufesa, o que se tenga uno que aprender hasta los ejercicios de Kegel para aguantar una pila de horas sin emitir micción alguna y luego, cuando se le escapan accidentalmente cuatro gotas, lo pongan a uno como hoja de perejil. Y no, no puedo acceder al patio como apunta nuestra querida Adavel, porque, por lo visto, por la cancela hay posibilidad de que yo salga, ejem… distraídamente, a dar algún garbeíllo (no sé qué le hace pensar a mamuchi tal cosa ) y dice que hay que esperar hasta que ahorre para comprar otra. Que sea blindada. Y que entonces podré pasar los lunes (y el resto de la semana) al sol.
Ahora llevo unos días sin dejar mi impronta en ningún rincón pero es que…¡no queda ninguno libre! Tenemos el sofá rodeado (por este orden) de la caja de cartón más grande que se ha podido encontrar, un revistero que habitualmente ocupaba la otra punta del piso y que ahora actúa como bastión fronterizo del rincón fatídico de la difunta lámpara, un taburete descalabrado, una bolsa de plástico con asas y tres palanganas, a saber: una horizontal amarilla y otras dos redondas de color azul plomo, así que cuando mamuchi se sienta o, para ser exactos, consigue sentarse a cenar con su bandejita encima de las patorras, tiene toda la sensación de estar metida en una trinchera. Eso sí, una trinchera aromatizadísima porque todo está rociado de un spray repelente (nunca mejor dicho) que compró en el mismo sitio donde nos adquiere la pitanza a esa panda de monos y a mí.
Y luego me viene con el cuento de las horas que se tiene que pegar ella en el curro, pero lo que no dice es que en ese rato ella SÍ puede ir – y, de hecho, va- unas sesenta veces al WC, eso no lo dice, no…
Cuando por fin aparece por casa nos largamos todos muy ufanos. A mí me gusta especialmente cuando vamos al parque. El pasado domingo nos encontramos por el camino a un par de señores que salían del bar, el del local social del barrio, y que nos hicieron parar.
- “Mira qué perro (ése era yo) más majo”, dijo uno de ellos.
Mamuchi les dio la razón encantada (faltaría más) y luego va y nos dice el buen hombre:
- “Oye, ¿y no se lo podríamos echar a una perrita..?

Yo me lo miré, por razones obvias, de abajo a arriba y pensé: “ ¡pues anda que como no me eches a un charco, majo!” pero ella empezó a largar de tal manera sobre lo que opinaba al respecto - ilustrando además la explicación con tales dramáticos ejemplos - que aquellos dos debieron lamentar profundamente no haber pedido otro par de cafés con leche en el susodicho bar para así haber dado tiempo a que nosotros dos hubiéramos pasado de largo muy, pero que muuuuy sobradamente.
Cuando finalmente llegamos al parque ya habían llegado mis amigachos. Estos son un pastor alemán, una mastinota enorme y una pit-bull que lleva siempre un muñequito en la boca (no sé porqué será, aunque supongo que no todos podemos madurar tan correctamente siempre). Sus propietarios nunca se encuentran por la calle antes de las doce del mediodía, en cambio, por la noche –sea la hora que sea- están siempre. ¡Qué curioso!
Bueno, el caso es que cuando me vieron llegar se pusieron todos muy contentos.
-“Mira, ahí llega Rodrigo!” dijo el dueño de uno de ellos.
-“Noooo hombre, que no se llama Rodrigo, que se llama… que se llama…
¿QUÉ CÓMO SE LLAMA EL PERRO, OYE, QUE NUNCA ME ACUERDO?

¡Hala! otro rato de charramenta de mamuchi con los tíos esos (hay que ver lo que llega a cascar esta mujé) aunque a mí me daba igual porque yo ya estaba retozando feliz con el “trío calavera”. Lo único que impide que disfrute a tope en esos momentos es que los pobres Fernández se quedan escondiditos debajo de un coche y no se atreven a salir de allí hasta que nosotros ya hemos pegado media vuelta. En fin, nunca la felicidad es completa, ya se sabe y tampoco es que me afecte mucho, “p’a qué nos vamos a engañá”. Al fin y al cabo, bien que se suben ellos a la parra del patio sin tener en cuenta que yo sólo puedo estirar el pescuezo para mirarlos desde abajo.
Sí, chicos, nuestro barrio es muy, pero que muuuuuy peculiar. Es como un pueblito dentro de un pueblazo, ¿sabéis? y tienes el chismorreo, las patatas de la Rioja, el ajo de no sé donde y las fundas de sofá (sirven para todos los modelos) “EN LA PUEEEEEEERTA DE SU CASA, ¡¡¡SEÑORA!!!”.
¡Ah! Y ahora, de cara al verano, también tendremos melones. Esos los trae un chico que lleva pegada en la puerta de la “fragoneeeeeta” una calcomanía de un señor que por lo visto cantaba flamenco con mucho salero y que se llamaba “Calamar”, “Cormorán” o “Cascarón”… no sé… Bueno, el caso es que, ahora que pienso, debe de ser conocido o pariente de la orejona de la familia de Inés, porque dice que los melones (y él) son de Villaconejos, así que, como según parece en los pueblos todo el mundo se conoce, si acaso me voy a su rinconcito a preguntarle a ella, a ver si sabe a quien me refiero…

viernes, 9 de abril de 2010

EL EDITORIAL MAS CORTO DE LA HISTORIA

Pues veréis, de verdad que yo tenía toda la voluntad peeeeero… no va a poder ser. De momento. Es que, ejem…estoy castigado. La tirana esa me ha mandado escribir quinientas veces “No seré tan cochino y no me mearé más en el rinconcito de la lámpara”.
...
De momento llevo veintitrés. En cuanto acabe el resto, paso el editorial del día, lo prometo.
P.D. No sé porqué se pone así. Al fin y al cabo… ¡si la lámpara esa ya la tiró a la basura el otro día!